El artículo 5º de la declaración universal de los derechos
del animal dice en su apartado a:
Todo animal perteneciente
una especie que viva tradicionalmente en el entorno del hombre, tiene
derecho a vivir y crecer al ritmo y en las condiciones de vida y de libertad
que sean propias de sus especie.
¿Qué significa esto? Pues que tenemos que respetar la
naturaleza del perro. ¿Y cuál es esa naturaleza? En el caso del mal llamado
perro, que en realidad es una raza de lobo, dado que le hemos apartado de su
medio ambiente, esa declaración le otorga, y nosotros somos los responsables de
garantizarlo, el derecho de crecer y vivir en un entorno lo más parecido
posible al propio de su especie, y en el que se respete sus necesidades
biológicas, y se facilite su desarrollo
físico, mental y emocional, para que su vida sea lo más enriquecedora posible.
¿Cuáles son entonces nuestras responsabilidades? Pues dado
que en su entorno vivirían en manada, (en Europa las manadas se reducen a la
mínima expresión de la pareja reproductora y sus cachorros por la falta de recursos alimenticios por la
caza indiscriminada de los animales de los que se alimenta y la
sobreexplotación ganadera de los montes en donde caza) mal que nos pese
nosotros debemos cumplir la función de esa manada, dándoles protección,
reconocimiento y guía espiritual.
¿En qué consiste cada una de esas cosas? La protección ante
su natural recelo a lo desconocido debe ser proporcionada, exponiéndole
gradualmente a los estímulos externos cotidianos que se va a encontrar cada
día, otros perros, personas extrañas, bicicletas, carros de la compra, coches,
etc., para que vaya habituándose. No se
puede sobreproteger al cachorro sin motivo, porque si no es capaz de resolver
pequeñas cosas de cachorro no va a ser capaz de resolver situaciones
comprometidas cuando sea adulto. Y para protegerle del daño estamos nosotros
con nuestra constante vigilancia.
El reconocimiento es fácil de explicar, pero difícil de
aplicar. A veces los cachorros muestran conductas de perro adulto, como un
instinto especial para la caza, o para la vigilancia. Recompensar esas conductas hará que el perro se sienta
bien consigo mismo y se sentirá integrado en la manada, con lo que aumentará su
autoestima y su motivación. Hay que premiar las buenas conductas.
La guía espiritual es la que suscita mayor polémica, porque
se considera que los perros no tienen alma. Pero aquí no hablamos de religión,
sino de biología. El espíritu es esa fuerza interior que te empuja a hacer
cosas. Los humanos nos hemos colocado del filtro de la moral y pretendemos que
los animales también tengan moral. Es un gran error. Los perros no pueden
comprender el concepto de moral por que no razonan, (o sí, en ese caso sí
podría aceptar una determinada moral, dado que esta, al igual que la razón se
basa en la respuesta de los porqués). Sin embargo, sí entienden de límites. De
hecho, en la naturaleza la manada les marca límites desde el mismo momento en
el que nacen. La licencia de cachorro es un concepto etológico que dice que
entre los 16 y 24 semanas entran en una primera etapa de rebeldía en la que se
creen con derecho a hacer lo que les parezca. Esa etapa es esencial en su
desarrollo porque les da la osadía necesaria para el aprendizaje. Pero la
manada no consiente todo. Aquello que se pase del límite aceptable es reprimido
con un fuerte correctivo: un gruñido con muestra de dientes, llegando al
revolcón si el cachorro no cambia de actitud. Y todo esto sin causarle ningún
daño. Pero al cachorro le queda claro que esa conducta no es tolerable.
Con el paso del tiempo esa etapa da paso a otra más difícil:
la adolescencia. En ella se produce un segundo episodio de rebeldía que en
muchos casos acaba con el abandono del animal. Y todo porque en su momento no
se supo poner límites.
El perro tiene derecho a establecer comunicación con los
otros miembros de la manada. Y si en las etapas de desarrollo hemos sido
capaces de que el perro se haya desarrollado psíquica y emocionalmente como es
natural según su especie, de adulto tendremos un perro inteligente, capaz,
perfectamente educado y que nos devolverá con creces todo el trabajo que hemos
invertido en su educación. Y esa comunicación tiene como medio la expresión
corporal de las emociones.
Pero, ¿qué son las emociones? ¿La manifestación del alma? Sí
y no. Las emociones son el producto de la reacción de diversos
neurotransmisores en el espacio sináptico de las distintas zonas del cerebro,
activando determinadas neuronas especializadas. Se ha descubierto que en
algunas zonas del cerebro de los perros, (y de todos los mamíferos, muchas aves
y algunos reptiles y peces) hay neuronas especializadas en la captación de
serotonina, la droga de la felicidad, por lo que se deduce que los perros
también tienen la capacidad de ser felices. Y también sienten orgullo, miedo,
ira, amor. Todos esos sentimientos se producen como consecuencia de esas
reacciones químicas cerebrales.
Por lo tanto, podemos provocar la aparición de esos
sentimientos a partir de estímulos externos como la exposición visual a través
de una expresión corporal adaptada a las morfologías de perros y humanos. Por
ejemplo, nuestras manos se convierten en bocas y lenguas con las que mordemos
(castigamos) o lamemos (premiamos, consolamos, reconocemos méritos)
Y si somos capaces de producir esos sentimientos, sabiendo
que el lenguaje de los perros es meramente emocional, con algunas expresiones
verbales de acción y unos pocos sustantivos, podemos llegar a tener la
suficiente comunicación con los perros, (y con otros animales) para ser capaces de entender lo que en algún
momento nos quieran decir, como “no pases por ahí que hay un peligro” o “algo
grave a pasado, ven a solucionarlo”.
La integración del perro en nuestra manada es el paso
necesario para su desarrollo psíquico, emocional y físico. Nos hará felices
haciéndole feliz.
Morfología comparada.
El origen del perro es incierto, aunque hay varias teorías
sobre ello. La más aceptada es que los perros actuales derivan de los molosos
euroasiáticos, como el pastor del Cáucaso, de haskies y de tipo splitz, y de
los perros salvajes africanos, todos descendientes de lobos. La razón por la que
el hombre decidió domesticar al lobo es también desconocida, quizás fuera un
animal juguete en origen, cuando los cazadores llevaban al poblado crías de
animales para que los niños aprendieran jugando conductas de caza. Probablemente
alguien se diera cuanta de las cualidades del perro como guardián del poblado
contra animales salvajes, o como auxiliar en la caza. Más tarde, en la edad media
empezó a usarse perros pequeños como animales de compañía y guardianes de
sueño. Perros como chiguaguas, shin-tzu, yorkshire, vigilaban el sueño de sus
dueños avisando de los intrusos. La historia de las razas es muy compleja.
Fisiológicamente sólo se diferencian de los humanos en dos
detalles: su morfología y su cerebro. Este último está formado, al igual que el
de todos los mamíferos, de las mismas zonas delimitadas por neuronas
especializadas. La diferencia está en el grosor del córtex cerebral, que en los
perros es más delgado que en los humanos. Esto tiene una consecuencia clara y
es que los perros no tienen la capacidad de razonar, aunque si tienen
pensamientos, emociones y sentimientos.
¿Qué son los pensamientos y los sentimientos? Como ya he ha
explicado más arriba, son ni más ni menos que el resultado de la reacción de
los diferentes neurotransmisores al ser captados por el botón sináptico de las
neuronas. El hipotálamo, órgano encargado de sintetizar los neurotransmisores,
sintetiza entre otros, dopamina, serotonina, y otros estímulos internos, cuya
función es estimular las neuronas, dando origen a pensamientos y sentimientos.
A través de los sentidos, llegan los estímulos externos que
es la percepción de todo aquellos que nos rodea. Esos estímulos hacen que el
cerebro reaccione de diferente manera según estos sean positivos o negativos.
Según sea esta reacción el perro actuará de una manera o de otra.
Por lo tanto podemos llegar a una conclusión: se puede
establecer una comunicación entre especies utilizando como medio los
sentimientos como estímulos positivos o negativos a la hora de transmitir
órdenes. Y no sólo entender la comunicación en un sentido, sino en los dos
sentidos, dado que tanto nosotros como nuestro perro somos a la vez emisores y
receptores en el acto comunicativo.
EL ACTO COMUNICATIVO.
Para que el adiestramiento canino sea efectivo hay que tener
en cuenta la forma en la que se estructura la comunicación entre dos sujetos.
La comunicación es la forma en la que un mensaje llega desde
un emisor hasta un receptor. Ese mensaje debe estar codificado en un lenguaje
que sea comprensible para las dos partes. Y para ello los dos cerebros deben
estar en la misma sintonía. Es importante encontrar un medio de comunicación con
nuestros perros porque, cómo son animales sociales como nosotros, necesitan, no
sólo manifestar sus sentimientos y necesidades, sino tener la certeza de que su
mensaje ha sido comprendido.
.
Para que la comunicación con nuestros perros sea eficaz,
debemos tener en cuenta la forma en la que las dos especies conocen el entorno
en el que viven. El perro conoce el mundo de una forma distinta a la nuestra
porque la forma en la que lo percibe es distinta. Ellos perciben el mundo a
través de los sentidos del oído y del olfato principalmente, lo que hace que la
parte del cerebro que más usan es la
instintiva-emocional, a diferencia nuestra que, al conocer el mundo a través de
la vista, nos hacemos una idea más exacta de nuestro entorno, por lo que
podemos usar más la parte lógica de nuestro cerebro. Esa es la razón por la que
nosotros podemos usar un elemento abstracto como son las palabras para
comunicarnos, mientras que ellos se comunican a través de gestos y sonidos
guiados por las emociones.
Hay muchos métodos de adiestramiento, tantos como
adiestradores, pero básicamente todos se basan en dos aspectos: el
condicionamiento clásico, que es el sistema de premios y castigos, y el
condicionamiento en positivo en el que premiamos las acciones deseables,
privando de atención a las indeseables. No hay un método fijo, todo se
condiciona al carácter del animal. En un animal dominante, el condicionamiento
en positivo sólo tendrá efectividad cuando se corrige la dominancia del perro,
mientras que en un animal extremadamente sumiso, el castigo puede crear
problemas de fobias. Cómo en todo, hay que encontrar un término medio, y sobre
todo, profundizar en la comunicación con el perro, aprovechar que somos la
especie “dominante” para establecer un código de lenguaje, utilizando la
necesidad de comunicación que tienen los perros con los demás individuos de su
clan familiar.
Muchos de los problemas que se generan con los perros son
porque el acto comunicativo no se desarrolla de forma efectiva, o directamente
porque no lo hay, creando situaciones desagradables que, al no comprenderlas,
pueden generar en el abandono del animal o episodios de malos tratos. Cuando
cogemos un cachorro no tenemos en cuenta casi nunca que es un animal que tiene
una necesidad de realizarse a sí mismo, de encontrar un sitio en el espacio en
donde vive. El desarrollo sicológico de un perro es similar al humano, en
relación a que tienen etapas similares a las humanas, pasando por los estadios
infantil, adolescente, juvenil y adulto, cada uno de ellos con sus
peculiaridades. Un adulto equilibrado debe llevar un adecuado proceso de
socialización que empieza en el mismo momento en el que nace. Así, un cachorro
nos puede parecer un juguetito, pero tenemos que tener en cuenta que necesita
una serie de estímulos para que los problemas que nos va a dar en la etapa
adolescente no sean demasiado graves, y para que pueda llevar un desarrollo
sicológico más o menos adecuado. Está claro que la educación canina no son
matemáticas, y que esa evolución depende de muchos factores que a priori son
incógnitas, que tenemos que estar pendientes de esas variables impredecibles
para tomar las decisiones más adecuadas a cada momento. Y no tener miedo de
manifestar nuestros sentimientos a nuestras mascotas, pues es la forma en la que
ellos se comunican. Es la manera en la que podemos acercarnos a ellos.
La parte lógica de cerebro animal es la que controla el
aprendizaje de las órdenes básicas, el sit y el plas, y también la que hace que
el perro elabore sus propios mensajes basados en gestos con los que se
comunican con nosotros. Deberíamos entender el adiestramiento en los dos
sentidos: no sólo enseñar al perro las ordenes, sino tratar de diferenciar los
distintos mensajes que nos envían. Porque no nos debe caber la menor duda de que
los perros “hablan” a su manera, y nuestra obligación como sujetos dominantes
es comprender esos mensajes.
Jerarquía, dominancia y sumisión.
Los perros son animales gregarios que deben establecer una
jerarquía dentro de la familia si queremos tener una convivencia agradable. El
perro tiene el derecho, y debe, auto realizarse según los parámetros de su
especie, y nosotros les debemos proporcionar los medios para que esto sea así.
Pero esto no quita que el perro debe respetar unos determinados límites. Si
esto no fuera así, no se podría controlar a un perro adiestrado en guardia y
defensa, pues atacaría por su propia motivación. Sin embargo respeta la orden
de la parte humana del equipo.
La dominancia se manifiesta con agresividad en perros
inseguros. En la naturaleza el más agresivo y fuerte es el primero que come,
estableciendo así una jerarquía básica. Sin embargo la actitud del macho frente
a la hembra en el momento de la monta es de sumisión y la de la hembra frente
al macho es de dominancia. La dominancia y la sumisión dependen del carácter y
este de la naturaleza biológica, en el que juegan un gran papel las glándulas y
su producción de hormonas.
Se establece la jerarquía en relación al individuo dominante
frente al sumiso, que no es lo mismo que sometido. La diferencia radica en que
el individuo sometido lo es después de sufrir malos tratos, mientras que el
acto de sumisión es voluntario. La dominancia y la sumisión es la relación que
el individuo manifiesta ante determinadas circunstancias, no siendo un carácter absoluto, sino relativo a la
situación y/o al entorno. Un individuo dominante controlará sus impulsos ante
una situación estresante, mientras que un individuo sumiso se derrumbará si no
tiene a un individuo dominante controlando la situación. En el mismo sentido,
cuando paseamos con nuestro perro atado y, al cruzarnos con otro perro
manifestamos temor, inconscientemente mandamos al perro una señal en forma de
expresión corporal que nos coloca en situación sumisa, es decir, la situación
nos controla. Al perro no le queda más remedio que adoptar la posición
dominante, pero si tiene carácter inseguro, reaccionará con violencia contra el
otro perro.
Todos los perros son inseguros cuando son cachorros, por eso
necesitan a un individuo de carácter dominante junto a ellos para sentirse
protegidos, alguien a quien respetar que les de reconocimiento, y alguien sabio
que les guie espiritualmente. Si su cerebro no pierde energía en proporcionarse
esas tres cosas por su cuenta, pueden desarrollarlo a unos niveles
impresionantes, a unos niveles en los que nuestros conocidos dirán: “tu perro
tiene una persona dentro”. Ese es el objetivo del amaestramiento.
La dominancia es, pues, la influencia que ejercemos en el
entorno y en los individuos que hay en nuestra zona vital. La sumisión solo se
debe manifestar hacia el individuo dominante, pues permitir que la situación
domine al perro, (o a nosotros), al no aprender a controlar la situación, no le
permitimos desarrollar el conocimiento necesario para ganar seguridad en sí
mismos, y tendremos problemas de adulto de miedos, ansiedad, agresividad,
estereotipias, etc. etc.
Una vez que hemos establecido la jerarquía podemos empezar a
tratar los problemas por actitudes inadecuadas según su naturaleza, y
reprimiendo las conductas intolerables.
La diferencia entre una conducta inadecuada y otra
intolerable estriba en que la inadecuada se debe mayormente a una mala
educación o a algún problema fisiológico del perro, mientras que se considera
intolerable conductas agresivas y violentas. Estas últimas deben ser reprimidas
inmediatamente, sin violencia pero de forma enérgica. Si permitimos que un
cachorro se salga con la suya después de una actitud intolerable daremos pie a
que de adolescente esa conducta empeore.
La selección del perro.
A la hora de elegir un perro no nos podemos dejar llevar por
romanticismos. Tenemos que hacer un ejercicio de meditación para poder
centrarnos en la razón por la que vamos a adoptar uno, teniendo en cuenta las
variables de nuestro entorno, si vivimos en un piso o en un chalet, en la
ciudad o en el campo, en la playa o en la montaña. Hay que tener en cuenta que
ese perro llegará a la edad adulta con una serie de necesidades que ya hemos
dicho que nos corresponde a nosotros solucionarlas. Para ello hay que
profundizar en varios aspectos como son la selección del cachorro según los
parámetros de raza, carácter, tamaño, capacidades individuales.
La raza es el producto de una selección artificial en la que
se han potenciado caracteres como el color del pelo, el tamaño, la
adiestrabilidad, y el carácter. Antes de adoptar un perro deberíamos saber qué
es lo que queremos. Si queremos un perro de compañía, deberíamos abstenernos de
buscar razas de carácter fuerte, pues este tipo de perros suele tener necesidad
de mucho ejercicio. En realidad el carácter de la raza, aunque depende en gran
parte de la genética, se puede mejorar trabajando sobre el temple, y educando
al instinto. Pero si lo que queremos es un perro “mascota”, deberíamos buscar
un perro al que la herencia le ha predestinado a serlo, como un bichón.
El tamaño es esencial cuando queremos un perro. Hay que
tener en cuenta de que cuanto más grandes son, más altas son sus necesidades
alimenticias. Y más espacio ocupará en la casa. Supongo que a nadie que viva en
un piso de 40 metros se le ocurrirá adoptar a un pastor del Cáucaso, pero visto
lo visto, es cierto que hay gente para todo.
El sexo, la edad, son también factores a tener en cuenta. Un
macho y una hembra tienen necesidades especiales distintas, aunque las
esenciales son las mismas. Y problemas
distintos. Una hembra en celo puede dar lugar a que surja rivalidad entre
machos y no podamos evitar una pelea entre dos animales que se hayan criado
juntos. En ese caso, quizás debamos plantearnos la castración como método de
cambiar la conducta mediante el método de eliminar las glándulas productoras de
testosterona en los machos, o de los ovarios en las hembras.
También tendríamos que tener en cuenta que un perro feliz es
aquel que cumple un rol dentro de la casa. Si tenemos un perro de carácter
fuerte, como un bulldog, no es mala idea que en el futuro realice unas pequeñas
tareas como “vigilante”. El perro también necesita sentirse útil.
Estando ahora en auge las especialidades deportivas en las
que se forma equipo con el perro, como el canicross, no sería mala idea buscar
algún perro de carácter equilibrado que le guste el juego. O uno tranquilo y
cariñoso para perro de compañía.
La conducta.
Normalmente se cree que adiestrar a un perro es un proceso
largo y complicado. Y en realidad no lo es tanto. Llegados a estas alturas, el
lector ya debería intuir que la mejor forma de adiestrar a un perro es ponerle
límites. Pero, ¿qué son los límites?
La misma conducta tiene varios niveles, básicamente la misma
conducta puede ser correcta, inadecuada o intolerable depende de la
circunstancia. Por ejemplo, imaginemos a un vigilante de seguridad con apoyo
canino. Si el perro ladra cuando detecta la presencia de un intruso y se pone a
la defensiva, es un comportamiento correcto, pues su función es detectar esa
variable. Si ladra sin ningún motivo y de forma convulsiva, es un
comportamiento inadecuado, pues está alterando el silencio necesario para que
la parte humana del equipo desarrolle su función. Y si ladra y se pone a la
defensiva contra el inspector de zona, es un comportamiento que al principio es
inadecuado y se puede convertir en intolerable si ataca al compañero. Por lo
tanto, el límite lo ponemos nosotros.
Nosotros tenemos que valorar inmediatamente la conducta de
nuestro perro y actuar instintivamente ante los diversos comportamientos. Y el premio y el castigo dependen de
nuestra capacidad de transmitir sentimientos con el lenguaje corporal. Si
somos capaces de transmitir esos sentimientos veremos como el perro avanza cada
vez más rápido en el aprendizaje.
Si el comportamiento es correcto, debemos darle el debido reconocimiento
con caricias y cariño. Si es inadecuado, una leve corrección debería bastar,
siempre y cuando ese comportamiento inadecuado no se transforme en intolerable
por no corregirlo en el momento en el que se manifiesta. Por ejemplo, dos
perros machos juegan a pelear. Se puede valorar como un comportamiento normal,
(no correcto, porque jugar a pelear no
es un juego inocente porque busca el establecimiento de una jerarquía. Tarde o
temprano, si los dos perros tienen un carácter dominante se llegará a una serie
de peleas que sólo terminaran cuando una de ellos ceda. Y a veces esto no
sucede nunca. Por lo tanto no debemos permitir que los perros jueguen a pelear,
sobre todo si vemos que se lanzan mordiscos al cuello. Otra cosa es si uno le
muerde la pata trasera a otro a la altura del corvejón. Esto último sí es una
incitación al juego. En estos juegos de violencia debemos estar al tanto de la
expresión corporal de los perros. Si antes de empezar el juego agachan las
patas traseras y miran de frente al otro moviendo el rabo es una expresión que
significa que todo lo que pase es en broma. Si este juego empieza desde una posición dominante, es una señal de
alarma. Debemos parar el juego inmediatamente.
En definitiva, cualquier tipo de agresión, desde un
gruñido hasta un mordisco, son
comportamientos intolerables si lo que queremos es un perro que no sea de
guardia y defensa. E incluso estos perros tienen sus límites marcados, como
hemos dicho más arriba.
La conducta de un perro depende de los límites que le
pongamos desde pequeñito. También la “licencia de cachorro” tiene sus límites,
aunque hay que tener en cuenta que una de las consecuencias en caso de
enfermedad es el mal humor con el consiguiente
cambio de carácter, aunque siempre la agresividad es intolerable.
Adiestramiento y amaestramiento.
Los animales se pueden clasificar según su relación con el
hombre de diversas maneras. Animales salvajes y domésticos. Dentro de los
domésticos en animales de granja, de trabajo, y mascotas.
Los perros, al igual que caballos, burros, bueyes, camellos
y llamas, son animales de trabajo, que han sido seleccionados por sus
capacidades físicas para realizar funciones especializadas dentro del entorno
del hombre. Así, la clasificación de razas de la RSCE se basa en el trabajo que
realizan. Pero aun así, los perros, al igual que los otros animales de trabajo,
necesitan ser instruido en la labor que va realizar.
El aprendizaje de un animal de trabajo tiene dos objetivos:
el adiestramiento y el amaestramiento. El adiestramiento, al igual que la doma,
es un procedimiento en el que el animal se somete al hombre contra su voluntad,
reconociéndole la total dominancia sobre la situación. En el amaestramiento, el
animal tiene la potestad de someterse o no, dependiendo de que la situación lo
requiera. Un perro adiestrado es un perro sometido, mientras que un perro
amaestrado es sumiso o dominante, pero siempre respetuoso y equilibrado. En el adiestramiento domina la cadena, en
el amaestramiento el respeto.
El perro amaestrado tiene infinitamente más posibilidades y
capacidades que el perro adiestrado, pues es capaz de resolver situaciones por
sí mismo sin la necesidad de la aprobación o corrección del humano. El perro
que ha sido adiestrado solamente podrá resolver un problema si además ha sido
amaestrado. De ahí la gran importancia de establecer límites. Un perro
amaestrado mirará a los dos lados de la calle y sólo cruzará si no vienen
coches. Es más, sólo cruzará por el sitio por donde crucen los peatones. Y
puede llegar a ayudar a personas invidentes a cruzar la calle sin que hayan
sido adiestrados para ese fin, de motus propio.
En el amaestramiento es esencial saber interpretar
perfectamente las señales que nos manda el perro, de ahí que un perro
amaestrado puede “amaestrarnos” a
nosotros en el lenguaje canino. Sólo tenemos que ser lo suficientemente
humildes para aceptar que también ellos pueden decirnos cosas.
Y, sobre todo, tener paciencia. Las claves para amaestrar a
un perro las podemos aprender en una sola tarde, porque en realidad sólo se
basa en tres factores: cariño, respeto y fuerza de voluntad. Y en tres
directrices: límites, límites y límites. Pero tener un perro amaestrado es
cuestión de meses, en los que tendremos que desplegar una gran dosis de
paciencia y tranquilidad, y no dejarse vencer nunca por los comportamientos
intolerables. Si los arrancamos en cuanto aparecen nuestro pero será más
gobernable en la primera fase de su desarrollo, en las que tiene que someterse
a las dos únicas ordenes necesarias: “quieto” y “ven aquí”, o a sus variables,
como “chist”, “eh”, “cam” “auss”, etc. estas órdenes y el sometimiento que
implican son la base de la corrección de los comportamiento inadecuados, en los
que al primer síntoma debemos aplicar un “quieto” seguido de un “ven aquí”. El
perro comprenderá que ha hecho mal cuando manifestamos nuestro enfado. El perro
al principio nos preguntará con una mirada si su actitud es la correcta, si
necesita corrección, y es nuestro deber ser sus guías espirituales para que
puedan alcanzar la felicidad haciendo lo que mejor se les da: Ser perros de
provecho.
Como ejemplo este video de como se implanta la orden de calla.
http://www.youtube.com/watch?v=u7pk4Yb0Gq4&feature=youtu.be
Habituar al perro a estimulos externos
http://www.youtube.com/watch?v=sBcRVW5gljk&feature=youtu.be
Más sobre habituación, con mejora de temple
http://www.youtube.com/watch?v=J7Xc63mr4xA
Como ejemplo este video de como se implanta la orden de calla.
http://www.youtube.com/watch?v=u7pk4Yb0Gq4&feature=youtu.be
Habituar al perro a estimulos externos
http://www.youtube.com/watch?v=sBcRVW5gljk&feature=youtu.be
Más sobre habituación, con mejora de temple
http://www.youtube.com/watch?v=J7Xc63mr4xA